Historia basada en los eventos de la saga No More Heroes
Los
tiempos cambian, eso es una realidad inevitable. Desde el nacimiento de la
industria, el potencial de cambio se ha vuelto casi infinito. Asà décadas de
avance podrÃan ejecutarse en un solo dÃa. Eso fue el inicio de una carrera
autoimpuesta por la humanidad hasta un objetivo nebuloso, un avance
heterogéneo, injusto y a veces mortal.
¿Qué
pasa con las personas que no pueden avanzar más? Cuya sed de sangre,
considerada heroica en otras eras, sembrada y cosechada en su ADN, los vuelve
parias en la nueva ola de cambios. Por mucho tiempo esas personas solo pudieron
esconderse, rechazar u ocultar su verdadera naturaleza, viviendo en la
infelicidad de una falsa estabilidad, conteniéndose, obligándose a mentir y ser
mentidos.
Pero
una nueva respuesta fue traÃda de la mano de una leyenda desaparecida. Una
inusual historia de gente rota. Personas adictas a la sangre que saciaron su
apetito y encararon sus ideales de forma sincera y humilde entre ellos.
Finalmente, un héroe se alzó con la corona de ser el mejor de los llamados
“asesinos”, tan solo para abandonar su trono y desaparecer, dejando una
jerarquÃa que, fuese real o falsa, perdió su cabeza.
Otro
dÃa normal es coronado por el despiadado sol que gustaba azotar al pueblo al sur
de los Estados Unidos, rodeándolo de un mar de arena tan solo interpuesto por
la costa de agua hirviente. En un complejo ajeno a las leyendas pero no extraño
a las esperanzas que estas prometÃan, un estridente sonido llenó una pequeña
habitación decorada por cajas. Una norme bolsa de basura, ropa y un cuerpo inerte
que volvió a la vida en un quejido, observando el pequeño artefacto brillar a
su lado.
Al
tiempo que el brillo molestaba sus agotados ojos, que la aguda campana
torturaba sus oÃdos. La masa de piel apenas tostada se levantó, sobando sus
parpados con la sensación rugosa en su diestra que aún era ajena a ella. Sus
cabellos oscuros reposaron en su máxima extensión, clavando sus puntas en el
inicio de su espalda. Contaba mentalmente el número de tonadas brindadas por el
aparato, conociendo cuando la evidente llamada se cortarÃa. Respondió al último
segundo.
―
¿Buenas?...―de sus labios salió una voz quebrada y ausente de vida o pasión.
Pese a su intento de ser convincente tan solo hubo un silencio juicioso al otro
lado de la lÃnea.
―Sarina,
tu turno comienza en tres horas ¿Lo recuerdas? ―aunque particularmente aguda,
no podÃa negarse que era una voz masculina atacada por la distorsión. Su
desagradable tono indicaba que ya entendÃa la situación a la perfección, para
el pesar de la joven que volvió a reposar su cabeza en el colchón.
―Lo
recuerdo. Aún faltan tres horas.
―Pero
estabas dormida. ―el tono continuaba, estaba guiando la conversación, parecÃa
querer decir algo
―No
estaba durmiendo, solo…
―Puedes
dejar de intentarlo, por como tienes la voz o dormÃas, o tienes resaca o
pasaste la mejor noche de tu vida. Considerando donde te tengo trabajando, sé
que no es ni lo segundo ni lo tercero.
Era
difÃcil no imaginárselo con aquella sonrisa triunfante que pulÃa para tan
especiales ocasiones, momentos donde el estrés del lÃmite de la vida y la
muerte abandonaba sus corazones y podÃan tener una relación cordial, casi
normal.
Quizás
estimulada por el intercambio perdido, la morena obtuvo las fuerzas suficientes
para sentarse en su lecho, no sin un nuevo quejido agotado. Sus dedos
recorrieron sus oscuras hebras, ardientes por la creciente temperatura de su
hogar, sacudiéndolas en un intento de evitar la maldición que azotaba la
geografÃa local.
―Bueno
¿Qué quieres? Aún falta bastante ―su mirada se movió a la persiana que apenas
podÃa detener la luz exterior ―Ni siquiera es de noche
―Quiero
que comas algo, no quiero que sigas limpiando mi refrigerador porque tu horario
corporal sea una mierda.
―Ajá
¿Y de quien es la culpa? ―la respuesta fue rápida, como una mordida a la
yugular.
―…
El punto es que tienes que comer algo. ―la duda en su voz y el tiempo que tardó
en responder delataba que el ataque tuvo cierto éxito.
―Si
mamá. Después haré la tarea. ―el sarcasmo en su voz no era ni mucho menos
sutil.
―Muy
bien, te castigaré si tus calificaciones siguen bajando. Nos vemos cariño. ―sin
dar oportunidad a una respuesta que ya se formaba en la mente de su
interlocutora, la lÃnea fue cortada, dejando a una de las partes con una falsa
sensación de victoria.
Otra
mañana, otra rutina ejecutada un par de horas antes de lo normal. Sus oscuros
ojos, como era normal, esquivaron la mirada del espejo de camino a su ducha,
donde se sentó permitiendo que la cascada cubriese su cuerpo, que desordenase
sus cabellos, que las gotas la abrazasen.
Nuevamente
la sensación ajena se hizo presente gracias a una caricia, esta vez en sus
piernas, no a causa de las mismas, sino sus propias manos, las cuales miró y
acarició aun intentando acostumbrarse a su nuevo relieve. ¿Cuántos meses habÃan
pasado para aún no olvidar lo que habÃa pasado? Como tatuajes, las pequeñas
lagunas que formaban las cicatrices que decoraban su zurda y las hinchadas quemaduras
en la palma y extremos de su diestra serÃan un recordatorio que no la dejarÃa.
Un
despertar común y corriente, una ducha común y corriente, una tarde común y
corriente. Evitaba las cajas de cartón a su paso, una distancia minúscula con
una separación invisible entre su habitación y su cocina, cuya puerta llevaba
al exterior.
―Mierda…
―a la hora de abrir la gélida caja blanca, su luz dorada mostró su ausencia de
contenido. Ni tan siquiera un pedazo de pan, tan solo media garrafa de agua
entre otras bebidas variadas en su categorÃa de edad y fecha de vencimiento.
Quizás
la única excepción a la regla era un humilde pedazo de papel pegado a la cara
interna de la puerta. Una lista de comestibles escrita con su propia caligrafÃa
y un número en la esquina inferior derecha con un prefijo “Dólares LB”. Dicho número,
grande en apariencia, no era ni mucho más que una tortuosa cantidad que provocó
cólera en lo más profundo de su ser.
Por
muy poco que deseaba abrir su puerta y exponerse a su actualidad, poco más
podÃa hacer. Equipada con una larga camisa de vestir color celestino, pantalón
largo negro y botas, guiada por su propio escrito, cedió ante los deseos que le
habÃan sido comunicados.
Si
bien el ataque solar no era para tomarse a la ligera, su cuerpo se habÃa
acostumbrado rápidamente al dolor en su piel hasta el punto que ni siquiera
cubrÃa su cabeza. Observaba con sospecha las calles, apenas habitadas por
figuras aparentemente humanas, pero faltas de alma o voluntad que meramente se
dejaban llevar con mirada baja.
Una
mueca se hizo presente al ver un hombre adulto de particular apariencia y mascara
de luchador color negra, blandiendo un bate decorado con clavos por sobre su
hombro. Sus vestimentas, su arma, su propio espÃritu estaban entintados del
fresco carmÃn que lo cegaba, que le permitÃa ignorar la presencia atemorizada y
rencorosa de los habitantes de la ciudad.
Los
caminos de hombre y mujer se cruzaron y un leve intercambio de miradas se llevó
a cabo. Tan solo por menos de un segundo, el sangriento luchador, victorioso en
su hazaña, se vio obligado a reconocer una presencia que pensaba inferior,
débil, incapaz de comprenderlo. Verse reflejado en una mirada que lo juzgaba
fácilmente avivó su ira, al menos, de no ser porque el contacto visual, tan
pronto como ocurrió, fue cortado por parte de la fémina que siguió su camino
evitando confrontación.
Aquel
instante de reconocimiento falleció. La pintura de almas errantes se mantuvo
todo el camino, viviendo sus vidas en mediocridad e infelicidad a causa de una
debilidad que debió ser erradicada con la promesa de la nueva era. Una
debilidad que era restregada en sus rostros con la marca de la bestia que se
extendÃa por cada edificio de la ciudad, una marca que humillaba a todo aquel
que soñaba con una vida normal: “Pizza Bat”
El
camino de su mente la llevó a una abertura abisal que la invitaba a pasar,
pasar por el estrecho túnel que llevaba a una luz blanca e inmaculada. Los pies
de la joven saltaban por los escalones que llevaban bajo tierra, al espacio
donde solo podÃas moverte por caminos prestablecidos, abandonando su libre
movimiento a cambio de aparecer en su objetivo en segundos. Una voz joven y
animada la detuvo, tomándola del hombro.
―Espera
un momento.
Al
voltearse en efecto, un joven no mucho mayor a ella le sonreÃa. El arco de sus
labios era interrumpido a la derecha por una cicatriz que se extendÃa un par de
centÃmetros hacia abajo. Sus cabellos largos y negros cubrÃan la luz de la
salida superior a la vez que su cuerpo atlético. Vestido elegantemente en traje
negro, formaba dicha barrera de forma fÃsica.
―Perdona.
Bajabas muy rápido.
―
¿Si? ―fue la única respuesta que recibió aparte de un rostro altanero y nada
amistoso.
―Oh
si… Verás. Una batalla acaba de comenzar allà abajo. Claro, puedes ir a ver si
pagas la tarifa, pero el metro está detenido por un par de horas.
―Ya…
Entiendo. Gracias ―su masa comenzó a moverse rápidamente. Un paso, dos
escalones hacia el exterior.
―Si
tienes un momento… ―la pregunta no era más que una muletilla, la presencia
ajena nuevamente bloqueó su camino. ―La verdad es que me gustarÃa ir a ver.
Apenas hay gente y hay mucho sitio donde sentarse. ¿Qué dices? No todos los
dÃas puedes ver al gran Nathan Copeland fuera de su medio.
La
pregunta fue respondida tan solo con una mirada nada sutil al pecho de su
interlocutor, encontrando su propia marca de la bestia, una muy diferente a la
que azota las construcciones y las personas alejadas de dicha vida. Una marca
seductora que mueve la sangre para la satisfacción de unos pocos y el morbo de
muchos más: “UAA”.
―Mira,
podrÃa intentar ser sutil pero la verdad no tengo ganas. No puedes esperar que
me crea que solo eres un curioso si trabajas para la unión. Puedes ir a engañar
a otras personas, yo voy a hacer mis compras.
Quizás,
cediendo ante una negativa tan directa, entre sorpresa y vergüenza, se hizo a
un lado permitiendo a la joven pasar. Una sonrisa alterada, esta vez agridulce,
recorrió su rostro observando a su presa avanzar.
―Realmente
eres el tipo de persona que avanzarÃa en el ranking. ―dejó escapar, sin saber
que provocarÃa una vez más que la joven se detuviese.
―No
lo sé… No me gusta matar…
El
intercambio terminó ante la presencia de una nueva chica mucho más joven que la
propia Sarina, evento que provocó que la máscara del promotor volviese a
aparecer, marcando la salida definitiva de la pelinegra, aún con algo de
frustración dentro de sÃ.