El Autor

Ilustración por mikefrenier



Alguna vez en la historia de la humanidad, durante y después del renacimiento, existió un periodo en la ciencia. Un tiempo en el cual los textos de rituales divinos eran traducidos al idioma de los hombres, tiempo en el cual eran desnudados de su misticismo, de su fantasía, de aquello que los separaba de los hombres.

Fue aquel el instante donde el ser humano pasó de servidor a Dios mismo. Aun cuando confiesen hipócritamente aún arrodillarse ante alguna deidad la realidad es que su dominio y alteración del mundo y sus elementos, que se convirtió en juegos de poder entre ellos mismos, hizo que disten mucho de cualquier tipo de sometimiento que no sea ante otro humano que en la popular y contradictoria jerarquía humana está sobre ellos.

Pero, como todo aquel que posea el conocimiento de la lengua humana preguntará. ¿No es posible que algo de la traducción del antiguo libro se haya perdido? Al tomar las sabias y perfectas frases, más allá de la lengua humana, a su mundo ¿No pudo perderse parte de su significado original? ¿No podía haber aún una verdad oculta en los significados olvidados antaño?

Niegan, burlan, rechazan los hombres de ciencia quienes, incapaces de poner en la balanza, tan solo por un minuto, las bases del pilar científico, someten al escarnio y al abandono todo intento de pensar por fuera de su contradictoria caja de Schrödinger.

― ¡Pero el significado perdido es la firma del autor! ―celebró ―Y una vez reconoces la firma puedes verla en todas partes, no solo en el cielo y la tierra. Los planetas, los agujeros negros, todo lo que los humanos no conocíamos en tiempos pasados y tal vez en todo lo que aún no sepamos.
Al otro lado de las bocinas del teléfono la voz rasposa, dañada continuó con vierto semblanza de desgana y cansancio.

― ¿Y también puedes verla aquí?... ―hizo una pausa ― ¿En mí?

El hombre miró al frente. Sus ojos nunca se encontraron, cubiertos por un oscuro cristal reforzado que los separaba a ambos. La piel descubierta en un traje estimulador mostraba la piel manchada de tinta y edad de aquella señora que intentaba contener su aburrimiento.

―Si, en la distancia de tus hombros.―habló entusiasmado.

― ¿Cuarenta y ocho centímetros? ―repuso algo intrigada.

―No, en la distancia entre tus hombros y las esquinas de la habitación. Cuando tomas la medida en la escala original y la reduces a su raíz digital puedes obtener su firma.

Como si hablasen en dos idiomas diferentes, esa era la conversación que aquel hombre desaliñado mantenía en su momento de celebración. La sonrisa que apenas podía verse tras su despeinada barba mostraba unos dientes ambarinos que se sincronizaban con sus ojos, inyectados de una desconocida sustancia que les daba vida.

―El tiempo se acabó. ―sentenció la empleada ― ¿Quieres seguir otro cuarto de hora?

―No, gracias amor. ―se levantó él. Lo único que lo hacía agradable a la vista era su impecable traje negro cuya corbata relucía en carmín. ―Hoy planeo terminar mi tesis.

Ya no podía ver su rostro, sin embargo la mirada, quizás omnipotente que la vigilaba con genuino animo continuaba acosándola. ¿Se habría dejado llevar por la explicación que se extendió durante innumerables horas? ¿Finalmente habría enloquecido tanto como él? ¿Qué era lo que veían aquellos ojos que habían dejado la realidad?

En efecto. ¿Qué era lo que veían esos ojos? No veían la realidad pero tampoco lo veían todo. Sacrificaba el aquí por fragmentos de allá, el momento actual por instantes del pasado o del futuro. Buscaba siempre la firma.

¿Qué era la realidad para él? No era lo que él podía ver, no era su realidad personal. Era el conjunto de realidades, desquebrajadas entre ellas, que era capaz de presenciar. Esa era su realidad. Su realidad era el autor y eso le traía una profunda felicidad.

Esa felicidad del sabio, como aquel que descubre el misterio de una novela policiaca, era lo que lo motivaba. Ansiaba alardearlo, mostrarlo al mundo. Pero aún la necesitaba, necesitaba la firma en su tesis, en la tesis con la cual lo recuperaría todo.

Se acercaba a uno de los fragmentos de su realidad, lo veía y se encontró en él. Sus pasos ya no eran el charco sucio y ennegrecido de una ciudad olvidada tras ser abusada y violada por medio de la industrialización, para ser abandonada con el tiempo, no, ahora sus húmedas pisadas dejaban hoyos en el desierto.

Miró al cielo y sonrió a una nube en forma de elefante donde decidió acostarse y dormir. Una vez terminase de sacudir los cimientos de la humanidad, mostrarles triunfalmente la realidad negada por una traducción incorrecta, perversa y humana de la sublime realidad, podría ver a su hija, podría ver a su esposa, podría verse a sí mismo. <<Ya no puedo verme… Hace tiempo que no encuentro mi reflejo>> se quejó con una amarga molestia.

Su mirada se elevó, nunca pudo ver sus pisadas. Suspiró insatisfecho, impaciente. Quería acabar pronto, atacado por el venenoso ardor de la inspiración derramó una lágrima hacia la oscuridad del soleado mar. Sus pasos avanzaban inequívocamente mientras, con una sensación similar al del primer hombre en pisar la luna, reflexionaba sobre la ciega humanidad.

<<Grandes en conjunto, insignificantes en solitario. Obligados a actuar entre todos el ser humano pierde su identidad individual, obteniendo el poder de los dioses, pierde lo que lo hace vivir. >> Cerró los ojos, sonrió observando lo que aquella poco agraciada prostituta veía en aquel momento, lo que aquel banquero pronto a ser desempleado soñaba despierto en su oficina, en como mi mirada y la tuya se sincronizaban en esta línea.

―Pi… Tres coma catorce… ¿Infinitos decimales? Solo para su escala fallida… ―ahora era su turno de burlarse

Abrió sus ojos en la oscuridad para su ansiada entrevista. El autor, tranquilo, reposaba frente a su invidencia.

―Pi… ter… De verdad he ansiado poder conocerlo. Era de esperarse que en su nombre esté todo lo que hemos fallado en comprender.

Se inclinó fallando en comprender las palabras que sonaban tan solo como viento impactando en sus oídos. El punzante dolor en la parte frontal de su cabeza aumentaba a cada sonido sordo.

―Puedo comprender su descanso. Puedo entender la curiosidad científica de dejar a sus hijos pero es hora de conocer la verdad.

El sonido de su respiración desapareció por un instante cuando el hiriente sonido ausente ocupaba sus sentidos. Lagrimas huyeron de sus ojos para refugiarse en su gruesa barba.

―Porque… Es por eso que esconde su firma… ¿Es verdad?
Sonrió ante la sensación de cercanía. El temblor de sus palabras lo abrazó y sumergió en un apretón íntimo. Habló sin escuchar una de sus palabras. ¿Habría recibido el don de comunicarse en su dialecto?

La vibración continuaba, la discusión era apasionada y su insaciable curiosidad desmoronaba las palabras recién descubiertas. Al temblor le era agregada la vibración de sus propias palabras, incapaz de compararse a los constantes movimientos que la voz del antiguo maestro provocaba en su ser.

Sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, los fragmentos y los instantes intrusos se evaporaban. En la charla de sabiduría, en el intercambio del conocimiento el futuro ya no existía, el pasado era abandonado y no existía ningún otro lugar por ver.

Quizás gracias a su nueva sensación presente pudo ver más allá de la oscuridad, el haz de luz que se acercaba a la tierra a gran velocidad. Era hermoso, sin embargo, horroroso. ¿Por qué no podía ver la firma en aquel haz de luz que se acercaba?

Su respiración se cortaba y las sacudidas se volvían más fuertes, violentas. ¿Había molestado a su padre?

Intentaba hablar pero la naturaleza y el significado de sus propias palabras escapaban de su mente al momento de pronunciarlas. ¿Qué decía? Su propia vibración también aumentaba violentamente mientras la luz se aproximaba.

Su sonrisa aumentaba dibujando una expresión caricaturesca en su barba manchada de sudor y lágrimas mientras su pulcra ropa parecía resbalar en su piel en cada movimiento. Solo podía ver la luz, no la entendía.

Tapó su boca pero las palabras no cesaban, no salían de allí, no salían de su cuerpo.

Con el tiempo se serenó, se ajustó a la luz, se ajustó a la oscuridad y entendió la revelación de su padre. La luz de aquella linterna de la verdad apuntaba a la rápida sucesión de rieles, distintos, asimétricos e imperfectos, que se habían posado sobre roca de esa misma naturaleza. Suspiró con alivio, sorpresa y felicidad ya que fue capaz de verse una vez más, aún si fue por un instante.

5 comentarios

  1. Interesante alucinación entre ciencia, creación y autoría. El número Pi en una vertical de las esquinas, dando un irrealidad atrayente

    Un texto singular, sin duda. Un abrazo y feliz tarde

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    1. Oh, que sorpresa. Pues la verdad este relato vino de un reto de hacer un intento de horror cósmico con "Piter" (lo peor es que fue idea mia) y la verdad el uso del Pi se me courrió mientras escribía. A veces hago esas cosas cuando me empapo de mis personajes. ¡Saludos!

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  2. Increíble dibujo, habría que tener mucha paciencia y imaginación para crear tal obra buena, saludos!.

    http://geeky-freeky.blogspot.com

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  3. Hola!!! me encanto leerte *-* ya la había comenzado como si fuera una novela en vez de un relato :3 mis felicitaciones <3 me encanto conocerte y leerte, así que aquí me quedo por tu espacio :D si gustas visitarme mi blog es http://plegariasenlanoche.blogspot.com/ así nos estamos leyendo.

    Un beso grande desde Plegarias en la Noche.

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  4. ¡Hola! Bueno, yo ya te había dicho lo mucho que lo disfruté a decir verdad, la sensación de inquietud mientras lo lees persiste aun con la relectura. Está muy bien logrado, más con ese autor que esconde la firma.
    ¡Un abrazo!

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