Asesinos. Parte 2: Un Trabajo Peligroso
Rindiéndose en su objetivo de comprar comida y cocinar antes de la llegada de la hora prometida, optó por comer en el camino. Sentía como a sus pulmones parecía faltarles oxígeno, pero la razón no era el agotamiento que representaba la larga caminada sino el ambiente desolador que se repetía una y otra vez cada vez que observaba una nueva parte de la calle, comprendiendo por qué muchos solo miraban al suelo.
Mientras
sus huellas invisibles marcaban su paso en la deshabitada avenida marcada por
el progreso alternativo de la naturaleza del más fuerte, el sol a su vez
también avanzaba, abandonando su pasatiempo de tomar el agua de la tierra de
regreso al cielo, el cual, en aquel momento, se coloreaba de un surreal color
anaranjado.
La
oscuridad comenzaba a tomar forma en las sombras. Antes tenues, ahora marcadas
como un manto oscuro que representaba cual pintura un mundo en donde todas las
formas eran iguales, sin mayor distinción a su propia forma maleable,
manipulable por el menor movimiento. Dicha forma fue espantada por una corrupta
luz pastel que apestaba ante los ojos. Las palabras escritas con el material
brillante no eran un misterio para la invitada, el Death Match Bar, el sitio donde
inició todo.
―¡Voy
llegando! ―anunció abriendo la puerta principal ante una oscura sala atestada
de neón, vacía, con una atmosfera que invitaba a esconderse del mundo que los
rodeaba. Era entre metafórico e irónico que estuviese en Santa Destroy, la ciudad
de los asesinos. Hecho que no podía permitirse olvidar, especialmente con el
marcado tono inglés de la voz que salía del televisor.
―Estoy
segura en un 10000% que morirás, pero confía en tu fuerza. ¡Y adéntrate en el
jardín de la locura!
La
visión de dos hombres de inusuales armas encarados en las vías del metro con
una interfaz que permitía observar las apuestas a favor de cada uno. Nada más
que carreras de caballos con vidas humanas en juego. En la parte inferior derecha
la seductora marca volvió aparecer, la UAA, la Unión de Asesinos Asociados.
―Llegas
temprano. ―saludó una voz aguda saliendo tras la puerta de la barra. Sus
cabellos rubios y pálidos apenas cubrían la mitad frontal de su cabeza, con el
resto marcado por arrugas y marcas de la edad.
―
¿De quién es la culpa? ―respondió la mujer observando con desdén la sangre
volar, las heridas mortales brotar y los desquiciados hombres arriesgar sus
vidas ¿Para qué?
―
¿Te interesa? ―respondió el hombre sentándose al otro lado de la barra,
observando la pantalla.
―Sabes
que no… No lo entiendo.
―Llegaste
aquí hace tres años. Viviste todo el cambio para llegar a esto.
―
¡Y aun así no lo entiendo! ―quizás dejándose llevar por su viaje se permitió
subir la voz ―Perdona
―Está
bien. Son un tipo de persona diferente a ti o a mí. Es mejor dejarlos en su
mundo. ―a diferencia de esa mañana su voz se mostraba extrañamente comprensiva.
―Pero
no es su mundo, es nuestro. No es como que estén en otro país, estamos en la
misma ciudad.
Lo que hagan nos afecta. ―la muchacha se levantó, no fue una
sorpresa para nadie, pasando por la puesta trasera y volviendo a los pocos
segundos con una camisa muy diferente, con un azul más oscuro y con la banda
“Seguridad” en su brazo cual antiguo militar.
Hubo
un largo silencio entre ambos. Un vaso cristalino fue llenado con agua y
entregado de manos del mayor a la menor, la cual bebió en silencio un par de
tragos. Los brazales del favorito cortaban a través de las defensas de su
oponente que retrocedía con una katana laser, un arma común entre asesinos,
bailando entre los puños del rapero que cantaba ovaciones a Dios mientras
mataba por diversión.
―Hoy
deberías vigilar afuera. ―finalmente habló el jefe observando a su guardia
fijamente.
―
¿Esperas a alguien?
―No,
es sólo seguridad… ¿Tú esperas a alguien? ―la respuesta inicial fue un trago
más de agua. Una sonrisa cruzó sus labios.
―Sí,
una modelo quiere que le enseñe la ciudad al terminar mi turno. ―su sarcasmo no
ganaría ningún premio a la sutileza.
―
¿Y qué hay del joven de hace dos semanas?
Otra
vez silencio. Esta vez seguido por una mirada hostil por parte de su
interlocutora. El sonido del cristal vibrando tras su impacto con la barra hizo
que pensase que terminaría hecho pedazos, solo fue un terror pasajero.
―Querías
sacar el tema.
―Tengo
que hacerlo, es una locura.
―
¿A ti te parece una locura? Mira donde vivimos. ¿Qué es una locura?
―No
hablo de Santa Destroy, hablo de ti.
Las
tensiones se alzaban. El tono de la voz de ambos participantes aumentaba en
cada intercambio y sus miradas se cruzaban, juzgándose el uno a la otra.
―Yo
también hablo de mí, no tengo muchas opciones.
―No,
eso otra vez no. Siempre dices “No tengo otra opción” para justificar que vas a
hacer algo estúpido. ―las mejillas del mayor comenzaban a enrojecer al tiempo
que su tono se elevaba.
―
¿No es verdad?
―
¡La última vez casi te mueres! ¿Es tan difícil entender eso? No estarías en
este problema si me hubieras hecho caso, no te hubieras dejado llevar o al
menos hubieras tenido cuidado. Si quieres suicidarte al menos hazlo en la
asociación y muérete como una…
―
¡Archie! ¡¿Quieres dejarme hablar de una puta vez?!
El
silencio entre ambos se resumió en un permiso no verbal de explicarse, o tal
vez en una oportunidad que el mayor tenía de respirar. Recuperó el vaso que
había entregado y bebió el resto del contenido en una bocanada para calmar el
calor que salía de sus poros.
―Está
bien. La última vez la cagué, es verdad, es mi culpa, pero ahora mismo tengo
tres opciones. O tomo este trabajo, intento tomar uno con una de las
inversiones de Pizza Bat o huyo de la ciudad. Ya lo pensé. Entre lo que me
pagas y lo que me darían solo llegaría a la meta en este tiempo si no lo uso en
nada más. Eso es irreal. ―intentando llegar a un acuerdo, su jefe asintió con
la cabeza en aprobación, dándole permiso para continuar.
―Ahora,
la opción de huir es la más peligrosa. Seguramente patrullen los caminos y se
asegurarán de que no salga con vida si no he pagado. Tienen que mantener su
negocio y si cualquiera pudiese huir, no estarían abiertos. ―los ánimos entre
ambos iban calmándose mientras el razonamiento se iba explicando.
―Entonces
solo me queda aceptar el trabajo. Es verdad, es difícil. Por eso he estado
vigilando, haciendo y desechando planes desde el día uno. La diferencia entre
entonces y ahora es que ahora es porque necesito dinero y antes era por rencor.
Lo que pensé es lo más seguro que he logrado conseguir.
―Es
un veterano. ¿Es totalmente seguro?
―Nada
de lo que pueda hacer es totalmente seguro pero es la mejor oportunidad que
tengo.
La
súbita pero fraguada discusión terminó por un suspiro por parte del jefe.
Llevándose las manos a su sudada frente en una encrucijada en los argumentos,
sin dejarle otra opción que ser sincero con lo que estaba pensando.
―Sigo
sin estar de acuerdo. Matar no es bueno, nunca lleva a nada bueno.
Sin
que la discusión pudiese proseguir, una persona sin duda reminiscente a la
figura que alzaba el orgullo de los asesinos entrase y se sentase junto a la
guardia, con falsa seguridad robada del disfraz que mostraba con tanto orgullo,
pidió una bebida, dando por finalizada la conversación entre ambos.
―No
lo sé jefe…
Y
sin una palabra más, con ninguna parte conforme, la noche transcurrió sin una
palabra o espacio compartido entre los únicos integrantes del desolado bar que
únicamente se mantenía en pie por su valor histórico. Por ser el inicio de la
leyenda, por ser la promesa de alcanzar la cima para una sociedad
individualista que se canibalizaba.
No
hubo ninguna despedida cuando salió el sol. Tan solo una sensación de vacío e
inmediato remordimiento por ambas partes, como si intentasen detener los
engranajes de un reloj pero este aun moviese sus manecillas, algo que era
inevitable.
Esa
mañana la escena del cuerpo inerte no se repitió, no era una mañana normal. Era
la mañana en la que la camisa gris cubría un top y unas correas al rededor del
pecho de la morena, que el cinturón que sostenía sus pantalones tenía una
misteriosa vaina a su espalda.
De
una de las cajas de cartón salió un joyero de madera desfigurada por dos marcas
de impacto, la caligrafía que antes la nombraba ahora era ilegible, por muy
elegante que aparentase ser. Sarina la abrió lentamente conteniendo la
respiración. Los objetos allí contenidos eran un revolver de seis balas, el
cual se escondió tras la camisa, bajo su brazo derecho.
El
misterioso cuchillo fue el siguiente en escapar de su refugio, un cuchillo de
supervivencia con una hoja frontal lisa de 20 centímetros pero con
protuberancias metálicas a los lados. Espinas que volvían apuntando a su
portador al igual que un par de cuernos en la parte trasera de la hoja, que a
su vez también apuntaban al usuario. La mano de la joven se apretó contra las
marcas que posicionaban los dedos, sintiendo la resistencia del material que
deseaba previo a guardarlo en la vaina.
El
ultimo articulo era el más extraño. Una pequeña caja con correas que la
fijaban, muy fina y solo dejaba escapar el pequeño gancho al final de un cordel.
Alrededor del gancho había una abertura mucho más grande para mantener fijo un
objeto. Dicho objeto también fue escondido bajo la camisa, apretado bajo la
manga de la joven, tras su mano vestida con un guante, al igual que su gemela.
Por
primera vez en el día, con desgano, observó su reflejo, permitiéndose quejarse
en un susurro.
―De
verdad no lo sé Archie… Espero tener razón.
1 comentarios
Precioso, me ha encantado el post, hace mucho no venía, quiero leeeeeer maaaaas.
ResponderBorrarQue tengas un buen día, un saludo.
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Bye bye.