Ojos Sangrientos: Parte 3

Captura de Yume Nikki: Dream Diary


De tener que explicar la sensación de la muerte ¿Cómo lo harías? Dicha pregunta, aunque con su extraña naturaleza invoca sentimientos oscuros y desagradables en muchas personas, muchas veces ha intentado ser contestada.

¿Sería una sensación de dolor? En realidad es la primera en llegar a la mente de aquel que analice la pregunta. Una sensación de dolor, el dolor de morir, de dejar tu cuerpo, de la pérdida. Sin embargo ¿No es el dolor la muestra más clara de que se sigue con vida? Esa pregunta, usada en pretenciosas frases repetidas por numerosos estratos de la sociedad, desde militares hasta artistas, convierten la primera sospecha en la primera equivocación.

¿Qué hay del miedo? El miedo, una sensación tan humana como el sí mismo. Ahora mismo tan elusiva. Como el amor, el miedo es buscado apasionadamente, retratado y estimulado con ardiente entusiasmo. Sin embargo, es arrastrado, alejado, con cada día que pasa, con cada respiración y suspiro es olvidado, abandonado. Si se dice que la emoción en su estado puro es lo que caracteriza a los humanos quizás hayamos dado el primer paso para abandonar nuestra humanidad. Y pues ¿Qué puede temer un muerto que ya ha perdido incluso su vida?

Tales como esas están la tristeza, la melancolía, la felicidad, la paz, el abandono. Pero, quizás, tomando notas del pesimista libro de aquel que hizo la pregunta por primera vez. ¿Podemos pensar que intentaba revalidar sus propios pensamientos? Quizás, la respuesta a esa pregunta, es que no hay nada.

Nada, sin sensaciones, sin pensamientos, sin visión, sonidos u olores. Donde intentas gritar pero no encuentras tu boca. Quizás era aquella sensación de muerte lo que la plagaba. Aquella tortura. Obligada a callar lo que en vida se ocultó. Obligada a reflexionar sobre lo que en vida sucedió. En la muerte no hay nada nuevo, no hay futuro, tan solo una soledad insalvable cuyo único refugio son los recuerdos donde el cielo y el infierno se dividen en revivir tus propias acciones, tus triunfos y vergüenzas hasta la eternidad.

―Ya estamos dentro… ―volvió a repetir, esta vez más insistente.

Aquella apenas podía considerarse una voz. No había sonido alguno. Era como si el mensaje penetrase directamente su cabeza sin filtro o traducción alguna.

Quizás fuera aquello lo que la salvó. El primer sentido que recuperó fue el tacto. Podía sentir el peso de su lanza en su hombro, el kimono cortado que cubría su anatomía, sus cabellos acariciando su cuello y espalda. Una laguna, agua estancada en sus piernas. Si, estaba de rodillas.

Finalmente se atrevió a abrir sus ojos. Un lago de agua negra con cuatro puertas a su alrededor. Más allá de las mismas tan solo la oscuridad se extendía. Cada puerta era diferente. Una era negra como una profunda herida, pesada y metálica que se abría lateralmente. Esa captó su atención, se sentía observada por la misma, ignorando la puerta aparentemente dibujada sin el menor cuidado o mimo, aquella que había pasado por un filme de antaño y la última, que eran fragmentos de cientos de entradas en una deformidad que no era capaz de ser comprendida en una forma geométrica.

La luz los iluminaba perfectamente pero la misma no poseía ningún origen. Se levantó observando a sus compañeros quienes observaban el vacío infinito que ahora aterraba su alma o las puertas que provocaban una suerte de valle inquietante, algo que no debería existir. Excepto frente a ella, estaba Lisbeth quien la observaba analíticamente. Finalmente notó que la estaba tomando del hombro. De cerca era claro que incluso la novata era más alta que la semi-invidente.

― ¿Es la primera vez que entras a un nexo? ―preguntó con voz dulce, sin embargo, claramente ensayada

―Eh… Sí… ―mantuvo su compostura con voz apagada.

―Debemos comenzar ahora. Ahora mismo estamos en su territorio. ―anunció el hombre que pasaba su mano por la puerta de su mismo material.

―Hay cuatro puertas… ―razonó ella

―Solo cuatro… Y la salida ―confirmó su acompañante volviendo su ojo hacia la oscuridad, como si señalase algo

― ¿A cuál vamos? ―fue directamente hacia el punto, si pedía explicaciones todo el tiempo no se irían nunca.

―Lisbeth ―dijeron los dos hombres casi al unísono

La nombrada largó un suspiro. Elevó la mirada mientras daba un par de pasos chapoteando el agua oscura en su camino que llegaba hasta sus tobillos. Fue la primera vez que notó que los pies de la misma estaban desnudos.

―Es zona gris… Y además hasta donde sabemos despertó hace poco. No creo que deberíamos tomárnoslo tan enserio. ―hablaba como si lo hiciera consigo misma, o eso esperaba ―Así que podemos separarnos.

―Un grupo en una exploración nunca, jamás, bajo ningún concepto debe separarse. ―intervino como si citase la regla proveniente del libro, encarnada por la fuerza del decano. Sin embargo fue recibida con ojos rodantes y leves suspiros. Ella no debería ser la avergonzada si estaba obedeciendo las reglas.

―Te lo estás tomando muy enserio ―le habló la que en ese momento tenía la palabra con voz profunda y rasposa

―Nunca se puede estar demasiado seguro. ―no iba a retroceder. No solo estaba en lo correcto sino, por su parte, deseaba demostrar sus conocimientos.

―Entonces me quedaría en mi… ―detuvo su comentario, obviamente sarcástico, elevando las cejas por debajo de su fleco ―Lo siento… pero una cosa es lo que enseñan y otra lo que se hace fuera de la frontera. ―la miró a los ojos con lo mejor de su habilidad, sus miradas se conectaron ―Intenta confiar en nosotros. Tienes razón pero a veces hay que arriesgarse un poco. Si vamos todos juntos el objetivo podría moverse tan bien como nosotros. Somos más y hay que aprovechar todas nuestras ventajas.

<<Entonces podrías verlo. >> Pensó, no estaba de acuerdo pero era obvio que no podría hacer nada para convencerlos de lo contrario. Suspiró resignada mientras sus ojos reposaban en las aguas inestables ante el movimiento de su compañera.

―Gabe, te confío la puerta de metal. Puede que sea la más peligrosa.―pese a tu tono sobrio la expresión en su compañero el cual sacudía la cabeza era una sonrisa, una bastante grande ―Vladik, no sé qué pensar sobre la puerta compuesta. Puede que haya mucho espacio. ¿Lo entiendes? ―no hubo respuesta por su parte, tan solo movió su masa de forma tan pesada que las olas resultantes salpicaron su kimono. Con manos ocultas en su oscura gabardina observó la puerta con ira contenida ―Lily, la puerta… ―dudó al hablar, la puerta se movía y vibraba como si hubiese sido capturada por una película antigua, con manchas típicas que aparecían y desaparecían al instante. ―La marrón… Ten cuidado

Sin embargo ¿A quién le hablaba? La presencia de la albina no se encontraba en ese recinto donde el color blanco era aquel que más tomaba su merecida presencia en el lugar. La pregunta fue respondida inmediatamente al momento que una ola se levantó frente a la puerta. Aquella figura juvenil, que con tal extremidad se alzó del agua ya no sabía si parecía un cocodrilo o una serpiente con la resbaladiza tinta pringando y deslizándose por sus prendas.

―Tu y yo vamos por la que queda. ―indicó finalmente la obviedad. ―Serás mi guardiana.

Tres palabras, una corta oración, fue todo lo que se necesitó para tensar hasta el último musculo de su cuerpo. Tan fuerte fue el estímulo que por un momento su arma se dobló intentando abrazarse a su ama. ¿Su rostro? Sin duda su semblante apacible no fue del todo creíble.

―Sí, sí, un poco duro… Pero tranquila. Se cuidarme muy bien.

―Pero… ―una voz profunda habló a sus espaldas.

La sensación de la misma acariciando sus huesos la estremeció, comenzaba a comprender a que se refería el pelinegro con “Ojos de cachorro abandonado” y por ello no podía sino odiarlo más.

Los pasos pasaron a su lado, ignorándola, desechándola y se encontraron con la pequeña, encarándola desde su gran altura, sin duda, la mayor del equipo. Su mano se posó en el hombro de la misma.

―Se cómo te sientes.

―No lo sabes ―suspiró con molestia reflejada en su rostro

―Lo… sé… Aunque no lo comprendo. ―hizo una mueca ―Pero tienes que saberlo tú también. Ahora eres una cero. No debes… no puedes descuidarte. Por ti y por nosotros.

Ante la mención de esa palabra su estómago comenzaba a retorcerse, ya se lo imaginaba pero el escucharlo, el confirmarlo era incluso peor. Mientras él hablaba su mano subía en caricias que intentaban ser familiares pero se volvían entre toscas e incómodas, tal parecía que esa realidad no era muy diferente para quien las recibía. Cuando la mano reposó en su mejilla el pulgar pareció presionar contra el ojo sin vida.

―Así es nuestra vida. ―habló con voz suave, claramente más sincera que la que su interlocutora había mostrado.

― ¿Y si esta fuera tu vida?

―Seguiría llorando en mi habitación abrazado a una almohada.

La reacción, aunque sutil, pareció efectiva. La pelinegra se vio en la necesidad de cubrir su boca mientras que la receptora del mensaje suspiró, sin embargo, el mismo parecía una tapadera para cubrir el arco formado en sus labios. La mano ajena bajó y se encontró en su cuello. Arrastró del interior de su blusa, mediante una cadena, un silbato blanco con mirada complacida.

―No estoy tan loca. ―insistió

―Si… Menos mal... ―soltó el artefacto, sonriente. ―Sé que puedes cuidarte, pero si sientes que las cosas no van a tu favor, hazlo sonar. No intentes inclinar la balanza sola.

En ese punto la charla fraternal solo era recibida con tedio y rechazo, no solo de la “cero” sino también por parte de su guardiana, la cual estaba de pie a un lado de la puerta.

La joven retrocedió, alejando su cuerpo de la enorme mano contraria. Sus pasos, aunque en efecto movían el líquido, eran un remolino de aire fresco frente a los movimientos de los demás. Sin duda, las puntas húmedas de la falda del kimono se lo agradecían.

―Lo dejo en tus manos ―le habló a su guardiana

― Lo haré lo mejor que pueda. 

―Lo digo de verdad. Relájate ―la chica le sonrió a la mujer, posando su mano en el pomo coloreado con crayolas de punta gruesa, provocando la reacción inversa ―Ahora viene mi parte favorita. Espero que también te guste.

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