Asesinos. Parte 4: Choque



Ilustración por Christoph


Aún entre asesinos, herederos de la naturaleza humana, un combate necesita una señal de inicio. Una muestra de que el momento de intimidación había terminado y era el momento de apostar sus vidas a la voluntad de sus capacidades.  ¿Inteligencia o experiencia? ¿Creatividad o disciplina?

Fue el agudo sonido de los receptáculos de los disparos realizados al caer lo cual les indicó instintivamente que era hora de mostrar sus voluntades.

Sus piernas se movieron a la vez. Fuerte, poderoso, el hombre fue directo a su objetivo con su brazo al rojo vivo, liberando las llamas de la ira contenida en décadas de asesinatos mientras que la fémina, lista, precavida, fue hacia un lado. El calor de las llamas rosó su brazo.

Una posición ventajosa, su colmillo deforme sintió sed de sangre, apuntando a la arteria de su enemigo el cual, lejos de detener su ataque, rotó su cuerpo guiando al meteórico sol hacia ella. Tenía la iniciativa, la obligaba a actuar en consecuencia y, en consecuencia, debía alejarse, reducir la influencia ajena y prescindir en su totalidad de la propia. Ya ni siquiera se preguntaba como la veía, solo sabía que lo hacía.

<<A media distancia tengo ventaja>> asumió, sin embargo, engañada por su inexperiencia, parecía no reconocer las verdaderas habilidades del sujeto quien tenía todas las opciones, podía darse el lujo de luchar como quisiera, incluso a distancia media.

Con su oponente descargada, en lo mejor de su oído, le presentó su palma, su puño protegía un pequeño agujero del cual escapó el poderoso aliento de dragón cortesía del embriagador y fétido aroma del napalm. Forzó a la contraria a una retirada tras un pilar, la forzaba en abandonar la iniciativa mientras recargaba.

―Solo eres una rata… ―sentenció

Uno dos pasos, tres cuatro municiones nuevas, cinco, seis, por medio de la abertura de la mesa de la cocina utilizó un nuevo ángulo de disparo. Enganchada a la enredadera espinosa el cuchillo, tomando la forma de un peligroso perforador buscó nueva sangre. ¿Qué caso tenía? ¿No había detenido antes una bala? Eso no sería diferente, no, quizás fue diferente en que aquel metal apenas se oscureció al contacto, soportando perfectamente la temperatura.

Un tirón, el arrastre del arma cuyas espinas, cual gancho, se anclaron en el metal. Buscó a su oponente ¿Podía superar su fuerza? La respuesta era que no, sin embargo no encontró a la pequeña rata, tan solo un alambre de púas de color oscuro rodeando el pilar, para cuando comprendió la situación los gritos del revolver ya estaban sonando.

Sentía ese dolor, lo conocía. Lo peor de ser disparado no es la bala en sí, eso es lo de menos, sino la onda expansiva que provocaba en el cuerpo humano poblado de agua. Los órganos perdían su unión, se separaban ante el impacto, una gran mancha negra cubría centímetros alrededor de la zona a los pocos minutos. Si, sentía el frío de la muerte y el ardor de la bala pero era la reacción del cuerpo humano lo que lo hacía aterrador.

Sin creer haber sido de verdad disparado saltó en dirección a la intrusa, al segundo paso sintió sus fuerzas escapar de su cuerpo, casi al tercero tropezó teniendo que recargarse contra una pared. A la altura de su pecho tres manchas rojas entintaban la cómoda tela de un pesado color, uno que no deseaba ver.

―Menos mal… –largó un suspiro que hizo su sangre hervir

Con un botón la cinta devolvió hábilmente el arma punzocortante a su mano. Su sonrisa, no soberbia, no furiosa, no satisfecha, sino aliviada, como el haber evitado una situación fatal lo confundía.

―No estás muerto… ―razonó con una pizca de molestia

Más piezas de metal cayeron al suelo, sin su proyectil eran inútiles. ¿Por qué no daba el golpe de gracia con el cuchillo? ¿Le tenía tanto miedo? ¿O podía verse una pizca de respeto en el deseo de no acercarse a él? 

Sea cual fuese la razón, no la aceptó, la condenó equivocada. Sus venas se ensancharon, su rostro pareció deformarse y logró lo imposible. Sus músculos marcados convirtieron la pared de cemento en una nube de polvo y pequeñas piedras que forzaron a su oponente en retroceso con pequeñas heridas en su rostro.

―No puedo morir… ―se puso firme y habló con una seriedad que ni el eco pudo manifestar ―No tengo permiso de morir… No aún…

¿Qué era aquello que aceleraba su corazón? No era la actitud humilde y estúpida de su oponente, no, era algo más, algo en ese inteligente movimiento provocaba que sus tiesos labios sonriesen. ¿No era eso lo que había sentido con Megan al inicio?

Dispuesto a descubrir el origen de ese sentimiento habitó el angosto pasillo para expulsar de nuevo el grito draconiano, para liberar el torrente ígneo, sin embargo observó algo a sus pies, la rata, a final de cuentas, escurridiza e inteligente había escogido la confrontación, quemando sus cabellos a ultimo segundo encontró su espalda, y, con eso, la iniciativa que buscaba.

Las tres grandes manchas no se habían extendido a su parte posterior, por otra parte, dos de ellas habían hecho sus reflejos en la misma. ¿Qué era lo que lo mantenía en pie? ¿Tantos eran sus deseos de vivir? No podía juzgarlo, pensaba igual, aunque no se veía capaz de llegar a tal extremo era por eso que estaba allí.

Ahora con su espalda al alcance, con él muy concentrado en controlar del torrente infernal que salía de su mano, avanzó buscando una nueva perforación. ¿Dónde? No tuvo tiempo de pensarlo cuando la espalda del sujeto se escapó de ella, apenas logrando un corte superficial sintió el vapor del fuego en sus pies. Estaba tapando la salida con el suelo.

La pierna contraria voló hacia su espalda pero había entendido que alejarse no le haría ningún bien, en lugar de evitarlo lo enfrentó. Avanzó más y se permitió recibir la patada en su columna, sosteniendo la pierna con la mano que, debido a la tensión, mantenía presionado el gatillo elevó su colmillo que, ahora con el sabor de la sangre en su memoria, buscó el costado del hombre ¿Tras tantos disparos su riñón seguiría allí?

No pudo descubrirlo, sus piernas dejaron de arder con el aire caliente y entendió que la estrella flameante estaba frente a ella. Las piernas rodearon su cintura, atrapándola, sentía la presión amenazando en dividir su espalda de una u otra manera, el fuego de la hoguera destinada a cocinarla ya estaba saliendo. Con una bala podía detenerlo pero no podía recargar, tendría que apostar.

Su camisa se abrió súbitamente y entre sus dedos un resplandor dorado, una flecha del reino divino sería la que decidiría el resultado. Estaba claro que aquello tenía el suficiente calor por lo que lanzó la munición al círculo de fuego.

El destello, el estruendoso sonido, todo eso superaba a aquello que ocurría al disparar un arma. Todo lo que ella aguantaba en su interior para acabar un mero disparo era experimentado por ambos en ese momento.

¿Qué buscaba con esos fuegos artificiales? ¿Un error? No estaba segura, de hecho, si lo hizo es porque fue lo único que se le ocurrió. Aunque no del todo efectivo, aun abrazando levemente su brazo, convirtiendo su manga en tan solo un recuerdo y sintiendo el dolor del mismo, logró salvar su cabeza.

Con tan solo un segundo más con toda su fuerza pateó el vientre ajeno, su colmillo volvió a bajar, esta vez con su decisión. Si deseaba evitar lo que esta vez podría ser su muerte debía dejarla ir.

Las piernas se abrieron pero, como era normal en aquella batalla, las distancias no se mantuvieron. Apenas a cinco pasos de distancia Yibril cargó contra la asesina. Volvía ser un combate cercano, con puños, apenas dándole oportunidad de guardar su pistola en la funda sostenida de su visible top, ahora que su camisa estaba abierta y quemada por un lado.

Volvía a perder la iniciativa pero recuperaba el factor sorpresa, aunque la fuerza y avance estuviese en el hombre cuyos puños protegían su rostro cual boxeador el mismo temía su arma, debía bloquearla con el brazo mecánico así como ella a duras penas desviaba los puñetazos de su extremidad humana.

En constante movimiento no tenían la libertad de usar sus piernas, él temiendo que la contraria atacase a la mínima abertura y ella, en desventaja física, apenas evitando caer al retroceder constantemente no encontraba la oportunidad. El sudor y la sangre saltaban, volaban manchando a ambos pero ninguno conectaba un golpe directo.

Elevando su puño llameante el bronceado hombre inició una rápida sucesión de golpes, el momento perfecto, con la chica apuntando su cuchillo a las costillas ajenas fue interceptada por el brazo ajeno, permitiendo su extremidad ser apuñalada y enganchada para que su brazo mecánico pudiese enterrarse en el estómago ajeno, sentir como su piel se quemaba y, sino mandarla volando, hacer que sus pies rozasen el suelo de piedra hasta que su espalda impactase con la pared.

¿Lo había logrado? ¿Había ganado poniendo a la contraria fuera de su elemento? Había hecho un sacrificio, sin embargo, supo que no había terminado. El ardor en su brazo aumentó, se volvió inaguantable hasta el punto que olvidó la sensación en sus dedos, el olor a carne quemada ¿Estaba seguro que era de la contraria? El zumbido a su diestra lo hizo dudar.

2 comentarios

  1. Un relato fantástico. Siempre interesante leerte

    Un abrazo

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  2. ¡Wow! Qué batalla y sorprendente las ganas de vivir y las fuerzas, no sé de dónde las saca realmente y eso, me ha dado un escalofrío. Me encanta.
    ¡Un abrazo!

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